domingo, 27 de mayo de 2012

Reseña de Heródoto, por Medina Trujillo Jorge Antonio


Los Nueve Libros de la Historia
Heródoto

Heródoto es uno de los historiadores más representativos de la antigua Grecia y, sin embargo, es muy poco lo que sabemos de él. Apenas y si es mencionado en una docena de anécdotas de relevancia mínina y cuyos orígenes son inciertos. Muchos historiadores coinciden en que la causa de esta falta de documentación se debe a que él estaba peleado con Tebas, pues los ciudadanos de ésta no le habían permitido abrir una escuela y, por ende, la relación que existía entre ambos era escasa. Es por ello que todo lo que se sabe de él proviene prácticamente de dos fuentes: el Diccionario del bizantino Suidas, y las notas autobiográficas que él mismo escribió en su obra. Gracias a esto es que podemos situarlo en el siglo V antes de Cristo. Ahora, si quisiéramos ubicar el lugar en donde vivió, nos encontraríamos con un pequeño pero destacable detalle. Heródoto, para escribir sus libros, estuvo en constante movimiento. Viajaba mucho. Siempre se le veía yendo de un lugar a otro decía la gente, y todo con el fin de recopilar datos por medio de la observación y, sobre todo, de las pláticas que entablaba con las personas. No tendría caso especificar los lugares exactos por los que él anduvo, pues terminaríamos haciendo una lista muy larga. Simplemente nos limitaremos a decir que él habitó  en Atenas, en la Magna Grecia y en la Grecia Asiática.

Ahora, según Suidas, Halicarnaso fue la cuna natal de Herótodo y Teodoro, su hermano, cuyos padres eran Lixes y Drío. También menciona que debido a la tiranía que el gobernante Lígdamis impuso sobre Halicarnaso, Heródoto se vio obligado a dejar la tierra que lo vio nacer para dirigirse a Samo, lugar donde aprendió el dialecto jónico y donde comenzó a escribir su obra. Sin embargo, el jónico no era propio de Samo, así que estos datos están en tela de juicio por parte de varios estudiosos.
En la obra de Heródoto, podemos identificar a dos personajes que él eligió para que se convirtieran en su voz. Artabano y Demarato. Si uno quisiera conocer la personalidad y la forma de pensar de Heródoto, bastaría con leer los diálogos de éstos dos. Ya en general, todos sus personajes tienen la particularidad de recurrir a la examinación, la experimentación y, más que nada, a la razón. Esto se debe a que Heródoto era partidario del racionalismo. Él se interesaba por cuanto lo rodeaba. Es por ello que en contadas ocasiones formula hipótesis alrededor de un problema, enumera argumentos, apoya el más sólido y deja al juicio del lector la elección final. Un claro ejemplo de esto lo podemos ver en el libro sexto, Erato, con la muerte de Cleómenes. Este último se suicida de una manera fatal; se saca las entrañas. Heródoto expone que la gente sostenía que esa desgracia era un castigo por parte del dios Argo, ya que Cleómenes había incendiado el bosque sagrado de este dios. Sin embargo, Heródoto opina que la razón por la que aquella desgracia había sucedido, era debido a la intervención de Cleómenes en el oráculo de Delfos. Dice: Cleómenes quería que Leotíquidas fuera el rey, así que difunde el rumor de que Demarato no era el hijo legítimo de Aristón y, para que la gente creyera este cuento sin cuestionarlo, Cleómenes confabula con Cobón, hijo de Aristofanto, el hombre más poderoso de Delfos. Así es como consigue que Cobón persuadiera a Periala, la profetisa del oráculo del dios Apolo, para ésta dijera ante los enviados a investigar el asunto, que Demarato no era el hijo de Aristón. Por esta intervención terrible con el divino azar como llamaba Heródoto al destino, es que Apolo castiga a Cleómenes de la forma ya mencionada.
Esta historia al principio parece el teléfono descompuesto, “…que éste le dijo al otro que dijera…”, etcétera; pero, en verdad es una enumeración de los elementos que conforman la problemática que Heródoto estaba exponiendo.  
Algo importante que debe mencionarse, es que Heródoto no escribió sus libros con un fin político o militar, sino más bien etnográfico. Él quería describir a los pueblos y las tradiciones de sus habitantes, pues él decía que la esencia de un pueblo era su costumbre, usanza, norma, ley y/o institución. Éste era el asunto principal de sus libros. Él narra la historia del imperio persa, en la cual, al contar las sucesivas conquistas persas, se traza la descripción e historia retrospectiva de los pueblos conquistados: los Jonios, los Dorios, los Eolios del Asia Menor, Babilonia, Maságetas, Egipto, Samo, Escitia, Libia, estados griegos, Helesponto y Tracia.
Las cualidades de su narrativa didáctica son la belleza, elementos inesperados o sorpresivos, fidelidad de lo ocurrido —nunca recurre a las mentiras, conjeturas o suposiciones para darle sentido a los acontecimientos inconexos—, el orden de sus palabras, la facilidad con la que se da a entender y la propiedad y la naturaleza con la que utiliza la lengua jónica. Además, él mismo, en su sumario, expuso que escribía por tres razones: para que no se desvanezcan con el tiempo los hechos de los hombres; para que no queden sin gloria las grandes y maravillosas obras; y para que la gente conociera las causas por la que se hicieron las diversas guerras.
Así pues, la integración de estos elementos es lo que le da relevancia a los nueve libros de Heródoto, pues a través del fondo —lo que dice— y la forma —cómo lo dice— de su escritura, es como logra alcanzar un lugar en el basto pero selecto mundo de literatura clásica. Una obra que no puede faltar en el acervo cultural de las personas. Una obra obligada a todo literato y a todo hombre leído.

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