domingo, 22 de abril de 2012

Reseña: Teócrito


Teócrito.
El arte rústico en la poesía

Son escasos y confusos los datos obtenidos acerca del gran bucólico griego, Teócrito. Pero es indudable, que sus aportaciones a la poesía “pastoril”, el gran último rasgo de la poesía de Occidente, fueron grandes y muy claras. Nacido hacia finales del siglo IV a.C., en Siracusa, Sicilia, el poeta no se quedó en casa por mucho tiempo, pues desde muy joven vivió en Cos, de donde erróneamente se le cree nativo. Ya establecido en dicho lugar, se hizo amigo cercano de Filetas, a cuyo grupo literario concurrió.
No fue sino hasta el 275 a.C. que se decidió volver a Siracusa, tal como podríamos deducirlo a través de su Idilio XVI, en donde elogia a Hierón II, en busca de su protección. Probablemente, pese a las honras otorgadas al soberano, estas no fueron más que intentos fallidos, ya que la poca historia que se cuenta de Teócrito, nos muestra que este poco después, volvió su vista y su encomio a Tolomeo Filadelfo y a la vida alejandrina; sus diversos poemas nos hacen suponer que fue con él en donde encontró estabilidad y protección. Tiempo después regresó a Cos, pero el momento de su partida, así como el de su muerte, son datos desconocidos.
Es importante que a pesar de que la especialidad lírica de este gran poeta fueron los Idilios denominados como bucólicos, es decir, de temas rústicos, urbanos y pastoriles, no debemos considerar a su poesía como meramente campesina o rural. La bucólica no es un arte ingenuo, sino la búsqueda abierta de lo espiritual, siempre anímica, idealizadora, del amor, de la naturaleza y de la vida. Su pasión por el campo, sólo explica la libertad que presenta el poeta al acercarse a tal género, libertad otorgada por ese distanciamiento de las vanidades urbanas con la vertiginosa idea de hallar la plenitud del origen y de todas sus maravillosas implicaciones.
Así lo explica el mismo poeta, a través de  sus pastores Calidón, Demetas y Dafnis, desde sus Idilios VI, IX y XI. Estos últimos, junto con sus otras grandes obras, dan muestra continua de la habilidad de Teócrito al narrar como una interesante historia algo que ha dejado de ser un simple poema. De esa maestría son claros ejemplos “Las Siracusanas”, Idilio XV, un magnifico cuadro realista de las fiestas de Adonis. Así mismo, como estampa de una conmovedora pasión amorosa, muy cercana a los impulsos populares de nuestras tierras, “La Hechicera”, Idilio II, reproduce el afán ciego de que un esposo regresé a la relación conyugal, con miedo, odio, resentimiento, esperanza, amor. De los Epilios, pequeños poemas épicos, se cuenta con uno dedicado a los Dioscuros, “Los gemelos”. Aunque, sin duda alguna, es en “Las Talisias”, Idilio VII, en donde podemos encontrar el más ambicioso poema de Teócrito en donde, bajo el “disfraz” de un personaje, se nos muestra al mismo Teócrito con el nombre de Semiquidas, narrado entre descripciones amplias originales, tanto de las cosas que le rodean, como de sus propios sentimientos.
Junto con Bion y Mosco, Teócrito constituye la triada más brillante de los poetas helenísticos, pero fue él exactamente, quien con su maravilloso estilo, cultivó y engrandeció la magia de la poesía bucólica, capaz de llegar a los dominios del espíritu como los de la Égloga IV de Virgilio, cantando a la naturaleza de la edad áurea, o a Góngora, en la evolución del enamorado Polifemo.
En sus treinta Idilios, con su vasta y diversa producción, podemos ver cómo en Teócrito, la fusión de la vida cotidiana con el conocimiento técnico adquirido a lo largo de sus experiencias, es lo único que puede conducir al hallazgo inesperado, pero permanente, no sólo de las verdades poéticas, sino de la vida misma.


Elizabeth Rivera Hernández

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