Teócrito.
El
arte rústico en la poesía
Son escasos y confusos
los datos obtenidos acerca del gran bucólico griego, Teócrito. Pero es
indudable, que sus aportaciones a la poesía “pastoril”, el gran último rasgo de
la poesía de Occidente, fueron grandes y muy claras. Nacido hacia finales del
siglo IV a.C., en Siracusa, Sicilia, el poeta no se quedó en casa por mucho
tiempo, pues desde muy joven vivió en Cos, de donde erróneamente se le cree
nativo. Ya establecido en dicho lugar, se hizo amigo cercano de Filetas, a cuyo
grupo literario concurrió.
No fue sino hasta el
275 a.C. que se decidió volver a Siracusa, tal como podríamos deducirlo a
través de su Idilio XVI, en donde
elogia a Hierón II, en busca de su protección. Probablemente, pese a las honras
otorgadas al soberano, estas no fueron más que intentos fallidos, ya que la
poca historia que se cuenta de Teócrito, nos muestra que este poco después,
volvió su vista y su encomio a Tolomeo Filadelfo y a la vida alejandrina; sus
diversos poemas nos hacen suponer que fue con él en donde encontró estabilidad
y protección. Tiempo después regresó a Cos, pero el momento de su partida, así
como el de su muerte, son datos desconocidos.
Es importante que a
pesar de que la especialidad lírica de este gran poeta fueron los Idilios denominados como bucólicos, es decir, de temas rústicos,
urbanos y pastoriles, no debemos considerar a su poesía como meramente
campesina o rural. La bucólica no es
un arte ingenuo, sino la búsqueda abierta de lo espiritual, siempre anímica,
idealizadora, del amor, de la naturaleza y de la vida. Su pasión por el campo,
sólo explica la libertad que presenta el poeta al acercarse a tal género,
libertad otorgada por ese distanciamiento de las vanidades urbanas con la
vertiginosa idea de hallar la plenitud del origen y de todas sus maravillosas
implicaciones.
Así lo explica el mismo
poeta, a través de sus pastores Calidón,
Demetas y Dafnis, desde sus Idilios VI,
IX y XI. Estos últimos, junto con sus otras grandes obras, dan muestra continua
de la habilidad de Teócrito al narrar como una interesante historia algo que ha
dejado de ser un simple poema. De esa maestría son claros ejemplos “Las
Siracusanas”, Idilio XV, un magnifico
cuadro realista de las fiestas de Adonis. Así mismo, como estampa de una
conmovedora pasión amorosa, muy cercana a los impulsos populares de nuestras
tierras, “La Hechicera”, Idilio II,
reproduce el afán ciego de que un esposo regresé a la relación conyugal, con
miedo, odio, resentimiento, esperanza, amor. De los Epilios, pequeños poemas épicos, se cuenta con uno dedicado a los
Dioscuros, “Los gemelos”. Aunque, sin duda alguna, es en “Las Talisias”, Idilio VII, en donde podemos encontrar
el más ambicioso poema de Teócrito en donde, bajo el “disfraz” de un personaje,
se nos muestra al mismo Teócrito con el nombre de Semiquidas, narrado entre
descripciones amplias originales, tanto de las cosas que le rodean, como de sus
propios sentimientos.
Junto con Bion y Mosco,
Teócrito constituye la triada más brillante de los poetas helenísticos, pero
fue él exactamente, quien con su maravilloso estilo, cultivó y engrandeció la
magia de la poesía bucólica, capaz de llegar a los dominios del espíritu como
los de la Égloga IV de Virgilio,
cantando a la naturaleza de la edad áurea, o a Góngora, en la evolución del
enamorado Polifemo.
En sus treinta Idilios, con su vasta y diversa
producción, podemos ver cómo en Teócrito, la fusión de la vida cotidiana con el
conocimiento técnico adquirido a lo largo de sus experiencias, es lo único que
puede conducir al hallazgo inesperado, pero permanente, no sólo de las verdades
poéticas, sino de la vida misma.
Elizabeth
Rivera Hernández
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